Hoy no fui a tu casa a buscarte, ni anduve las calles de madrugada. No me vestí para
acompañarte ni alumbré el camino que tú más que yo nos sabemos de memoria. No
hubo ni resolanas ni ferias. Tampoco me sorprendió la luz del amanecer
contemplándote en las miradas de los que se preguntan cuánto falta para verte. Ni el
sol de mediodía, ese que brilla más que ningún otro viernes del año para iluminar tu
cara. Y las de los que esperan ver tus ojeras de madre primeriza que a pesar del
cansancio no puede dejar de sonreír.
Y aunque no te busqué, sin pretenderlo te encontré en el verde del campo, de la
espiga tierna y de la rama del olivo mecida. Y aunque no te vi, sin quererlo te volví a
sentír en la misma melodía de cada año. Te reconocí en la brisa… y en una lágrima.
Todo ello me trajo a la memoria recuerdos encadenados y volví a recrear el mismo
sentimiento aun sin contemplarte. Ese pellizco que siento cada año cuando te miro a
los ojos para decirte “ya es la hora, venga que nos vamos…dame fuerzas para el
camino, que cuando tú llegues aquí estaremos para recibirte”.
La lejanía que impone el asfalto se encogió hoy y te tuve más cerca que nunca.
Porque solo me bastó mirar a mi alrededor. Vivir este día, compartirlo, celebrarlo… Y
saber que, de nuevo, te vería regresar, cansada pero dejando escapar una sonrisa.
Como una madre primeriza. Como solo puede llegar la Esperanza a su casa.

Jueves Santo 2021