Desde que en 1914 Ricardo Orueta escribiera la primera monografía sobre Pedro de Mena, han sido muchos los historiadores e investigadores que han ido aportando a esta obra maestra nuevos datos y nuevas obras del escultor barroco, que pasó media vida en Málaga. Todo esto unido a un creciente interés por parte de museos y coleccionistas que han reconocido en el mundo de la imaginería una rama artística a la misma altura que el resto de las esculturas, han convertido a Mena en un referente sin igual, por cuyas obras pujan galerías de renombre mundial.
Fue en 1658 cuando el obispo Martínez Zarzosa le encargó la terminación de la sillería del coro de la Catedral de Málaga, comenzada en 1630 por el escultor jiennense Luis Ortiz de Vargas, continuada tras la marcha de este en 1638 por José Micael y Alfaro y, tras la muerte del mismo en 1650, se paralizó la obra, reanudándose en 1658 con el encargo, tras concurso cerrado, a Mena. Desde este momento establece su residencia en esta ciudad costera y aquí es donde crea obras de renombre mundial como su Magdalena Penitente, hoy en el Museo Nacional de Escultura.
Entre sus producciones es de indudable importancia el modelo iconográfico que crea en sus parejas de bustos de Ecce Homos y Dolorosas, que realizó hasta la saciedad, tanto en bustos como de medio cuerpo y que se encuentran repartidos por todo el mundo, incluyendo la no muy antigua adquisición que hizo El Metropolitan Museo de Nueva York sobre una pareja de estos modelos.
El éxito alcanzado por estas parejas de esculturas debe explicarse en una mentalidad barroca del siglo XVII, en la cual la religiosidad popular alcanzaba a todas las clases sociales y las imágenes estaban encaminadas a mover a la piedad del espectador, y que mejor forma que la sufriente coronación de espinas de Jesucristo y el correspondiente sufrimiento de su madre.
Entre estas parejas de esculturas, podría pasar desapercibida, para los mejores eruditos a nivel mundial una conservada en el Museo del Obispado de Málaga, que aunque no carente de calidad plástica, es si cabe mucho más interesante los acontecimientos históricos que rodean a estas esculturas. Pedro de Mena estableció su casa-taller a escasos metros de la Abadía de Santa Ana del Cister, allí tomaron los hábitos como religiosas sus hijas Andrea y Juana, de las que se conservan aun sus cartas de presentación y votos, y donde el mismo Pedro de Mena estableció que tuviese lugar su sepultura.
Así pues en 1675 y sin ningún tipo de coste por parte de la abadía, el imaginero barroco regaló una pareja de sus famosos Ecce Homos y Dolorosas para que presidieran su sepultura, y así lo dejo escrito en su testamento “que ambas hechuras las he hecho y executado con este fin”. A la muerte del escultor se le enterró como el dispuso, entre las dos puertas de la iglesia para que todos los fieles le pisen al entrar.
De este modo se cumplió la voluntad del escultor, enterrado en el suelo y cerca de sus dos esculturas. Así fue todo hasta 1873, cuando las exclaustraciones decimonónicas, derivadas de las desamortizaciones, pusieron en peligro a la Abadía y en consecuencia los restos de Mena. No obstante los esfuerzos del académico de San Telmo, Manuel Rubio Velázquez, desembocaron en la recuperación de los restos de Mena y su traslado provisional a la céntrica Iglesia del Santo Cristo de La Salud, en Calle Compañía. Este es el punto de inflexión donde se rompe por primera vez la voluntad del imaginero y en consecuencia una parte de la historia de Málaga. Muchos/as malagueños/as podemos recordar la lápida en este templo que aclaraba que allí se encontraban los restos del insigne artista de forma temporal, pero esa temporalidad nos llevó a más de un siglo de espera.
Al fin en el año 1996 y tras no pocos esfuerzos, por parte de innumerables ramas de nuestra ciudad, fue cuando los restos de Mena son recuperados por segunda vez en su historia y la caja de plomo que contenía los restos mortales es hallada aprovechando unas obras en el templo y son trasladados nuevamente a la Abadía donde tras una solemne misa de réquiem son depositados en una tumba a la izquierda de la entrada del pequeño templo, una lápida conmemoraba el acto y reproducía la parte del testamento donde Mena aclaraba que ambas esculturas las había realizado para su sepultura. Más de cien años después se retomaba no solo su última voluntad, si no también esta parte de la historia de nuestra ciudad.
No nos duraría mucho la alegría de haber recuperado esta parte de nuestra historia, ya que en el 2009 y ante la falta de vocaciones la Abadía de Santa Ana del Cister echo el cierre como tal tras casi cuatro siglos. Ante esta situación el edificio quedo sin una función clara y el Obispado procedió a trasladar al Ecce Homo y a la Dolorosa de Mena al cercano Museo Diocesano, donde sin duda iban a tener una mejor conservación, sin embargo un acto de bondad conllevo la segunda ruptura y como si de un mal sueño se tratase, el creador era vuelto a ser separado de sus obras y su voluntad, y Málaga volvía a perder esa parte de su historia.
Desde el 2014 el templo está regentando por la Hermandad de Santo Sepulcro, sin embargo cuando el visitante visita la tumba de Mena y lee su última voluntad y alza la mirada en busca de los dos bustos del Ecce Homo y la Dolorosa, no los encuentra, quedando así nuevamente descontextualizadas ambas imágenes. Ojala dentro de unos años podamos asistir a un nuevo giro de acontecimientos y recuperemos esta parte de la historia de Málaga y al mismo tiempo Mena vuelva a ver cumplida su ultima voluntad.
Francisco Javier Gómez Rodríguez
Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes
Titulado en Conservación y Restauración